La pelota Nivea
La pelota Nivea era un clásico del paisaje playero de los 80. No podía faltar en nuestro equipo básico de ir a la playa, junto con las gafas de bucear a las que le entraban agua, las aletas que no aleteaban, el flotador o burbuja rosa y el cubo y la pala para recoger peces muertos, en un vano intento por hacer que revivieran.
Había dos maneras de conseguir una pelota Nivea:
La primera era que tu madre tuviera a bien comprar productos de la marca, y los del supermercado tuvieran a bien darle la pelota de regalo. Lo digo porque misteriosamente, los primeros en conseguir la pelota todos los veranos eran los hijos de las dependientas del supermercado… ¿Tráfico de influencias? Tal vez.
Cuando te llegaba por este cauce, venía en una bolsa cerrada con la pelota desinflada dentro. Lo primero que pensabas era en cómo habrían metido una esfera de tal calibre dentro de aquel ridículo envoltorio. Acto seguido comprendías que la pelota necesitaba ser inflada y a los diez minutos te sentías tan mareado como aquella vez que te fumaste un Ducados negro de tu abuelo. No sólo por la gran cantidad de aire que tenías que soplar dentro de la pelotita, también por el hedor a plástico barato que desprendía.
Una vez inflada, era imposible esperar a la playa para probarla, por lo que empezabas a darle toquecitos en el salón de tu casa. La mayoría de las veces la cosa acababa con un jarrón destrozado y con la tarde de playa anulada.
La otra manera de conseguir la pelota era tener muchísima suerte. Algunos días de verano, uno entre un millón, pasaba por la playa la misteriosa avioneta de Nivea, que lanzaba balones a los jubilosos bañistas como método de publicidad.
La ventaja de este sistema era que la mayoría de las veces la pelota ya venía inflada. La desventaja era que si hacía viento, las pelotas acababan muy lejos de la orilla y era demasiado arriesgado ir a por ellas nadando. Se rumorea que todas esas pelotas perdidas caían por el borde del fin del mundo.
Otras veces lanzaban las pelotas desinfladas y te tocaba meter la boca en un pitorro de plástico con sabor a meado, no sin antes haber tenido que pelear con doscientos maromos por conseguir uno de aquellos trofeos azules.
La vida media de una pelota de Nivea era de media hora. Debido a la demencial trayectoria de sus vuelos, cuando la pateabas, existía una alta probabilidad de que acabara ensartada en una palmera. Se dice que el Jabulani era en realidad una pelota de Nivea pero fabricada por niños en algún país del tercer mundo.
Ahora los aviones playeros, en lugar de lanzar regalos, lanzan proclamas publicitarias. El último que vi llevaba una pancarta donde se podía leer «Rumasa, 27 años sin cobrar«… Y a mi que cojones me importa que no cobres ¡Lanza una pelota!