El trompo
Alguna vez os he hablado por aquí sobre esas modas callejeras que aparecían de la nada y que hacían que misteriosamente, todos jugáramos al mismo juego durante una temporada. Justo hasta la aparición de la siguiente moda.
Ya fueran los cromos de fútbol, las canicas, el yoyó, o los paracaidistas de plástico, todas aparecían y desaparecían con un misterioso orden.
Cuando en ese orden le tocaba el turno al trompo, yo era el niño más feliz del mundo. Y no porque fuera bueno en el arte de bailarlo, de hecho era más malo que un bocadillo de Whiskas, sino porque me fascinaba verlos girar, descubrir qué clase de poder mágico hacía que se quedaran de pie, ver sus colores, y lo más importante, partir el trompo de algún colega con tu super-trompo-de-punta-afilada.
Pero vayamos por partes.
Anatomía del trompo
Para los más jóvenes, un trompo es lo que hay en la foto de arriba. Una cosa de madera con punta, a la que se le enrolla una cuerda. Dicho así no parece ser muy divertido, pero si lanzas violentamente el conjunto contra el suelo, con un poco de suerte, el trompo se quedará de pie, bailando sobre su punta.