Los cromos de fútbol
Ya hemos hablado por aquí alguna vez de esas modas que aparecían de la nada en los barrios españoles, y que se extendían por la ciudad como la pólvora, en cuestión de milisegundos.
Algunos ejemplos son los sobres y cartitas con olor, la cría del gusano de seda, las canicas o el paracaidista de plástico.
Esta vez le toca el turno a una moda que siempre aparecía por las mismas fechas. Más o menos un mes antes de que empezara la liga de fútbol, a finales de julio. De pronto, alguien aparecía con un taco de cromos de jugadores, sujetos por una gomilla de esas que vienen en las cajas de zapatos. Se te acercaba como si te fuera a ofrecer drogaina y te preguntaba «¿Tienes cromos? Te cambio! Te juego!«. Así comenzaba todo.
De repente, a todo el mundo le entraba la fiebre de los cromos de fútbol y aparecían chavales que habían invertido auténticas fortunas, con montañas de relucientes cromos y su correspondiente álbum para pegarlos. Luego estábamos los pobres que sólo podíamos comprar uno o dos de estos sobres a la semana. Si encima tenías la puta desgracia de que te saliera repetido Gordillo dos o tres veces, pues era tu ruina.
Había tres maneras (legales) de conseguir nuevos cromos: comprándolos, cambiándolos o apostando.
Comprando: Esta era la que menos me gustaba, me parecía que era tirar el dinero, prefería invertir lo poco que tenía en polos flash.
Cambiando: Esta estaba bien, te quitabas de encima los repetidos y conseguías alguno que no tenías. Todo ventajas. El problema es que el fabricante de los cromos1 editaba muchos más de algunos jugadores que de otros, así que por probabilidades, todos teníamos repetidos los mismos jugadores y nos faltaban los que nadie tenía.
Apostando: Esta era mi preferida por ser yo un pequeño ludópata y porque era la más entretenida. Consistía en una serie de juegos en los que la moneda para apostar eran los cromos.
Por aquí los juegos mas populares eran «El alejar» y «El sube escaleras«. El alejar consistía en que nos sentábamos en lo alto de las escaleras de un portal o un bordillo alto, colocábamos un cromo en equilibrio encima de nuestra rodilla y le dábamos un Parpirote2 con la idea de enviar el cromo lo más lejos posible. Ganaba todos los cromos voladores el que hubiera alejado más. No había límite de participantes, mientras más mejor.
El sube escaleras, como su propio nombre indica, consistía en alejar, pero al contrario, subiendo peldaños de una escalera. El que más alto llegaba ganaba.
Dentro de los cromos, no todos tenían el mismo valor. Todo dependía de la disponibilidad de ese espécimen y de la demanda que hubiera. Vamos, como la economía de mercado. Un poner, si a ti te faltaba Zubizarreta para completar la página del álbum del Barcelona, y alguien lo tenía repetido, ese valía oro.
Luego estaban los cromos de fichajes, un invento del editor para hacerte comprar miles de sobres en busca de ese cromo que nadie tenía y que no aparecía por ningún lado. Los fichajes eran el bien más codiciado de cada chaval, con esos no jugabas ni los arriesgabas. Los pegabas en el álbum directamente y si tenías algún fichaje repetido, rápidamente buscabas a algún pardillo que no lo tuviera para sacarle lo que te diera la gana por él. Así es el negocio, como la vida misma.
Esta era la moda que más feliz hacía a ese niño al que nadie elegía al hacer los equipos de fútbol. Ese del que todos se reían por su extrema lentitud: El gordo del barrio3. Ese chaval era invencible en esto de jugarse las cartas, casi un profesional. Con esos dedos parecidos a manojos de pollas, daba tal latigazo al cromo volador, que lo mandaba más allá del horizonte. Con ese tío era mejor no jugar si no querías que te dejara arrupinao4.
Había muchos más juegos que yo por supuesto no recuerdo por el abuso de las drogas, así que ya sabéis, no toméis drogas.
- Ediciones Este por mi tierra. [↩]
- Nombre técnico que designa el golpe que había que darle al cromo para hacerlo planear como una hélice. [↩]
- Antes, el gordo del barrio era un ser único, muy raro de ver. Ahora mejor no hablamos. [↩]
- Como ya hablamos aquí, el término arrupinao significa quedarse sin nada. Del latín arrupi: perderlo todo y nao: ahora. [↩]