El Tragabolas
Hoy os voy a hablar sobre el juego más decepcionante, triste y absurdo que pobló cada cuarto de los juguetes en los 80. El Tragabolas.
El Tragabolas era decepcionante. Decepcionante porque después de mucho tiempo dando por el culo en tu casa para que te lo compraran por Reyes, cuando por fin lo tenías, te dabas cuenta del gran zurullo que tenías entre manos.
El Tragabolas era triste. Triste porque después de darte cuenta de que era una gran mierda, ya no tenías posibilidades de tener otro juego hasta el año siguiente.
El Tragabolas era absurdo. ¿Alguien ha visto alguna vez un hipopótamo de colores comiendo bolas? Pues yo tampoco. Me imagino cuando el lumbreras al que se le ocurrió la idea se lo contó a su jefe:
Empleado: ¡Jefe, Jefe! Tengo una gran idea. Se llama el Tragabolas.
Jefe: Aquí no hacemos películas porno gays ¡Estúpido!
Empleado: No jefe, es una idea para un juego. Se trata de una especie de palangana donde pondremos hipopótamos de colores que tienen que tragarse unas bolas. Gana el que más bolas coma.
Jefe: ¿Hipopótamos de colores comiendo bolas? Chaval, eso es justo lo que los niños necesitan.
El juego, a nivel técnico consistía en cuatro hipopótamos de colores que se movían hacia adelante con la boca abierta, accionados por unas palancas que llevaban incrustadas en la zona del lomo. Así de simple. Sin pilas, sin instrucciones complicadas, sin peligro de electrocución ni de ataques epilépticos… En definitiva, sin diversión.
El Tragabolas estuvo rodeado de misterio desde su aparición en el mercado. Una de las leyendas urbanas que rodeaban al juego era que el hipopótamo amarillo y el naranja eran más lentos que los otros dos. Con lo cual, antes de una partida siempre se podía oír la misma cantinela: «¿Una partidilla de Tragabolas? ¡Me pido el verde!»
Luego, el segundo más rápido se pedía el rosa. Los demás siempre se quedaban refunfuñando porque sabían que serían los jodidos perdedores de antemano.
Otro de los misterios que rodeó al Tragabolas era cómo un aparato tan pequeño, era capaz de producir esa letal cantidad de ruido. Esa fue la causa por la que la mayoría de Tragabolas de este país acabaron en lo alto del armario más alto de la casa. Llegado ese momento todos pensábamos lo mismo: «No importa, de todas formas era una puta mierda». Ojo, lo pensábamos, pero no lo decíamos, porque en los 80 se respetaba a los padres.
El juego sólo tenía dos cosas buenas: Una era que no hacía falta ser un puto genio para jugar. Sólo hacía falta tener la capacidad de mover una mano, lo que excluye como posible jugador a Stephen Hawking.
La otra era el anuncio. Diseñado para engañar a nuestro agudo sentido de la diversión y hacernos querer nuestro propio Tragabolas, cuando ya sabíamos que era una bazofia y que acabaría en lo alto de un armario.