El llavero con ruiditos
La misión principal de un niño, su objetivo en la vida, su meta a alcanzar, lo que tiene que hacer para verse realizado como persona es… dar el máximo por culo posible.
Molestar a tope hasta ganarse una hostia bien dada, a mano abierta. Sólo así podrá transformarse en una persona de provecho. Al menos así nos convertimos en ciudadanos de pro la mayoría de nosotros. A base de hostias más que merecidas.
El tiempo que pasaba desde que comenzabas a joder, hasta que te daban el primer aviso de guantazo y hasta que te cruzaban la cara, dependía de la paciencia de los adultos a tu alrededor y de las herramientas empleadas.
Una herramienta que acortaba ese tiempo a su mínima expresión era el llavero con ruiditos. Era tocarlo unos segundos y, como por arte de magia, te empezaban a llover sopapos.
El llavero era tecnología china, de ínfima calidad, y disponía de una serie de teclas de colores. Cada tecla, al ser pulsada, emitía sonidos aberrantes, ligeramente parecidos a una metralleta, a un rayo láser, a una bomba, a una sirena o a un helicóptero.
No se cómo llegó este llavero a mi casa, lo que se es que el día que me lo llevé al colegio, la maestra no tardó ni 2 minutos en darme una hostia y quitármelo para siempre.
Supongo que iría a parar a ese cajón que tienen todos los maestros, lleno de las cosas que nos arrancaban de nuestras inocentes manitas. Tirachinas, llaveros de ruiditos, cerbatanas, clicks de Famobil, petardos…
Volviendo al llavero, poco más que añadir. Funcionaba con pilas de botón, y no conozco a nadie al que le durara tanto en las manos como para agotarlas.
Pensándolo bien, tampoco conozco a nadie que lo usara como llavero…